Espectacular editorial en el último número del American Jounal of Psychiatry, en que se aporta base científica al principio Socrático aquel del “sólo sé que no sé nada”. Se nos cuenta que lo último de lo último, el avance supermoderno del copón que nos va a llevar a la omnisciencia, al menos en lo relativo a la salud mental es la farmacogenética. Este es el último avance tecnológico en el empeño por conseguir introducir la mente humana dentro de un tubo de ensayo. La técnica en cuestión les permitirá a los señores listos de la bata blanca predecir si un fármaco va a producir el efecto deseado, además de los efectos adversos.
El autor del editorial explica todas las maravillosas ventajas que supone esta aproximación al tratamiento de la depresión, para luego explicarnos que, aunque la cosa promete, de momento no sirve para nada. Desde luego, la culpa no es del enfoque en sí mismo (vaya por Dios), la culpa es de la propia enfermedad que es muy puñetera. Se nos dan varias razones:
- Que la depresión es una enfermedad muy heterogénea o, dice el autor, “grupo de enfermedades” (¿un psiquiatra poniendo en duda una categoría diagnóstica?). En la cual “interactúan múltiples factores genéticos y ambientales de forma (todavía) desconocida”.
*Traducción psicologés-castellano: la depresión es algo que no sabemos muy bien qué es, y está causada por un montón de cosas que desconocemos, que deben interactuar de alguna manera.
-Que resulta que, como la depresión es una enfermedad muy puñetera, los deprimidos también lo son. De manera que cuando les damos las pastillas, van los muy machotes y no se las toman. En ensayos clínicos las ratios de adherencia están por debajo del 50%... es que los deprimidos es lo que tienen, son muy poco adhesivos. Aún encima a los puñeteros deprimidos, que no saben comportarse como deben, les da igual que les demos una pastilla de azúcar que les demos una pastilla de las buenas. Vamos, que no tienen el paladar educado y mejoran con cualquier cosa. Claro, eso confunde.
Después de esta aclaratoria introducción, nos cuenta las maravillas del ensayo publicado en el presente número, por Uher y colaboradores, que presenta el ensayo “más ambicioso en la psiquiatría farmacogenética realizado hasta la fecha” (ahí es nada). El Genome-Based Therapeutic Drugs for Depression. Con un diseño espectacular, con una selección de fármacos basada en dos hipótesis en relación a los mecanismos de acción de los fármacos (noradrenérgica vs serotoninérgica), con una muestra más o menos decente (N=881), bastantes de ellos sin tratamiento previo (¿bastantes?) y mirando con una lupa muy gorda las cadenas de nucleótidos, etc…
El ensayo concluye que no se pudo concluir que ninguno de los genes candidatos se pudieran asociar con una mejor respuesta a cualquiera de los antidepresivos estudiados. Esto supone un giro duplo-copernicano, un giro de 360º, vamos que nos quedamos como estábamos.
Como curiosidad (llámenme paranoico): ¿Sabían que Myriad, una empresa “biofarmacogenética” y la Fundación para la Investigación de la Univesidad de Utah, patentaron en 1994 dos genes (BRCA-1 y BRCA-2) relacionados con el cáncer de mama y el de ovario? Algo así como si Ramón y Cajal patentara la sinapsis neuronal o Llongueras el pelo rubio. Nada… cosas mías.
El autor del editorial explica todas las maravillosas ventajas que supone esta aproximación al tratamiento de la depresión, para luego explicarnos que, aunque la cosa promete, de momento no sirve para nada. Desde luego, la culpa no es del enfoque en sí mismo (vaya por Dios), la culpa es de la propia enfermedad que es muy puñetera. Se nos dan varias razones:
- Que la depresión es una enfermedad muy heterogénea o, dice el autor, “grupo de enfermedades” (¿un psiquiatra poniendo en duda una categoría diagnóstica?). En la cual “interactúan múltiples factores genéticos y ambientales de forma (todavía) desconocida”.
*Traducción psicologés-castellano: la depresión es algo que no sabemos muy bien qué es, y está causada por un montón de cosas que desconocemos, que deben interactuar de alguna manera.
-Que resulta que, como la depresión es una enfermedad muy puñetera, los deprimidos también lo son. De manera que cuando les damos las pastillas, van los muy machotes y no se las toman. En ensayos clínicos las ratios de adherencia están por debajo del 50%... es que los deprimidos es lo que tienen, son muy poco adhesivos. Aún encima a los puñeteros deprimidos, que no saben comportarse como deben, les da igual que les demos una pastilla de azúcar que les demos una pastilla de las buenas. Vamos, que no tienen el paladar educado y mejoran con cualquier cosa. Claro, eso confunde.
Después de esta aclaratoria introducción, nos cuenta las maravillas del ensayo publicado en el presente número, por Uher y colaboradores, que presenta el ensayo “más ambicioso en la psiquiatría farmacogenética realizado hasta la fecha” (ahí es nada). El Genome-Based Therapeutic Drugs for Depression. Con un diseño espectacular, con una selección de fármacos basada en dos hipótesis en relación a los mecanismos de acción de los fármacos (noradrenérgica vs serotoninérgica), con una muestra más o menos decente (N=881), bastantes de ellos sin tratamiento previo (¿bastantes?) y mirando con una lupa muy gorda las cadenas de nucleótidos, etc…
El ensayo concluye que no se pudo concluir que ninguno de los genes candidatos se pudieran asociar con una mejor respuesta a cualquiera de los antidepresivos estudiados. Esto supone un giro duplo-copernicano, un giro de 360º, vamos que nos quedamos como estábamos.
Como curiosidad (llámenme paranoico): ¿Sabían que Myriad, una empresa “biofarmacogenética” y la Fundación para la Investigación de la Univesidad de Utah, patentaron en 1994 dos genes (BRCA-1 y BRCA-2) relacionados con el cáncer de mama y el de ovario? Algo así como si Ramón y Cajal patentara la sinapsis neuronal o Llongueras el pelo rubio. Nada… cosas mías.
6 comentarios:
El otro principio socrático creo que es "conócete a ti mismo", pero claro, eso es más de utilidad para el "enfermo", así que para qué podría interesarles a los psicologenses...si es que entre que solo sabemos que no sabemos nada y que no sabemos nada de los demás y poco de nosotros mismos...pues amanece que no es poco.
En estos momentos, no se el motivo, me acuerdo de esos bailarines, los berbiches, creo que se llaman, que giran y giran y giran hasta llegar al éxtasis........
Algunos seguro que sin darse cuenta en ello estan, y claro, se les va la cabeza.
Saludos.
Se llaman derviches, Jesús, y son de la mística sufí. Sobre la filosofía sufí hay una peli bien chula que se llama "El señor Ibrahim y las flores del Corán", yo la he visto como tres veces y me parece un encanto de peli, vitalista a más no poder.
Saludos.
Yo me tomaría un fármaco si funcionaran. Siempre es mejor que ir al psicólogo para que te suelte el rollo de que la culpa es tuya, de que tienes que ser responsable (esto es, culpable) y de que no tienes ningún problema (no no etiquetación). El fármaco lo puedes dejar. Pero el mal rollo y frustración con el psicólogo te acompaña siempre.
Hola Anónimo; lamento que algún compañero de hiciera sentir así.
De cualquier manera no estoy demasiado de acuerdo en equiparar responsabilidad y culpabilidad. Aunque este desacuerdo se basa únicamente en mi experiencia personal, que entiendo que será distinta de la tuya.
De nuevo me vuevo a disculpar, si yo o alguno de mis colegas te ha hecho pasar un mal momento.
Un saludo
Los psicólogos son para inteligentes. Yo no sé la diferencia entre culpa y responsabilidad. Ni siquiera sé la diferencia entre un mal momento y algo tremendamente jodido.
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