Necesitaba una buena razón para volver a escribir aquí, y la presentación del “Escritofrénico” no es sólo una buena razón, supone un compromiso ineludible.
Ayer tuve el honor de acompañar a Raúl
Velasco en la presentación de su último libro “El Escritofrénico:
Un tratado sobre la curación de la psicosis” en la librería
Follas Novas. La experiencia tuvo un
gusto agridulce, la parte dulce tuvo que ver con que por fin pude
conocer a Almu (si me permites, Raúl). La parte agria tuvo que ver
con que en Santiago no supimos recibir al autor como se merecía y lo
que debería ser una presentación multitudinaria, no lo fue tanto.
Sin embargo como en los buenos partidos de rugby lo bueno está en el
tercer tiempo; cuando se comenta el partido detrás de una(s)
cerveza(s) (creo que hicimos sudar al camarero).
Antes de regalarme el
privilegio de acompañarlo en la presentación de su libro en
Santiago, Raúl ya me había cedido el honor de ser de los primeros
en leer su libro, antes de que estuviera publicado, casi na... y
tengo que recomendarlo a cualquiera que le guste una buena lectura,
pero sobre todo, es lectura obligada para mis colegas (atención, es
pregunta de examen). Sí, hay otros “libros sobre locos escritos
por locos”, pero éste es el nuestro.
Y si, … ahí estábamos,
dando cuenta de unas birras, un gallego y un catalán hablando de la
cuestión identitaria (sin sangre, ni nada). Y es que Marcos (el
protagonista del Escritofrénico) es un loco que reta la sentencia
que supone su diagnóstico y, dejándose de comportar como un buen
loco (hágame usted caso y algún día podrá pasar por una persona
normal) se convierte en un loco malo... ni malintencionado, ni
violento, no... un loco malo, de mala calidad, adulterado, un loco de
garrafón.
Efectivamente, alcohol,
un tonto y un loco a vueltas con las palabras. Mientras tanto sin
darnos cuenta (hasta hoy, mientras escribía) se sentaba
con nosotros el amigo Beltrán con su pipa, a él le dejaron fumar...
faltaba más (-Mr Russell, tómese otra). Es que la clase de tipos
como Marcos, son de esa clase de clases que no pertenecen a su misma
clase. Difícil solución para simples mortales si no contáramos con
la compañía de D. Beltrán para una encerrona paradójica a la que
se enfrentan los personajes como Marcos, o las personas como Raúl.
Primero se enfrentan a una sentencia, que les dice lo que a partir de
ahora “son”, sí, una etiqueta que debe empezar a formar parte de
su identidad (es usted un esquizofrénico), es una sentencia a la
cronicidad, a la incapacidad, a atender a las recomendaciones de los
expertos por encima de su propia voluntad, a la supervivencia “como
si” fuera una persona normal. Sentencia que pueden acatar (y les
puede ir bien) o que pueden enfrentar (no “soy” un
esquizofrénico), para finalmente darse cuenta de que (D. Beltrán
ayúdenos con esto que me estoy liando), para cuestionar la esencia
de la etiqueta en cuestión, debe primero defender la propia etiqueta
(vale, soy un esquizofrénico pero no soy lo que la palabra dice que
soy).
En cristiano: tanto
Marcos, como Raúl, y otros que cada día demuestran que su sentencia
no sólo no es verdad, sino que además ES MENTIRA se tienen que
enfrentar a menudo a la acusación de ser “errores diagnósticos”.
Si, así de claro “-Usted como loco, no puede estar aquí
presentándome un libro de su autoría... y si lo está haciendo, no
es usted un loco ni nunca lo ha sido” . Recordaba ayer con Raúl,
que al tiempo que disfrutaba de su libro, me encontraba con ésteartículo en el New York Times en el que Elyn R. Sacks (profesora de
derecho en una universidad californiana) retaba “Si no tengo
esquizofrenia, por favor ¡díganselo a mis delirios!”.
Si señores, el error
está en el diagnóstico (en la sentencia), pero esta gente no son
“errores diagnósticos”
PD1: No beban (mucho)
PD2: Vayan ustedes a su
librería a por su ejemplar de “El Ecritofrénico”, en Santiago
lo pueden encontrar en Follas Novas.
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